viernes, 16 de septiembre de 2011

HISTORIA PARA NO OLVIDAR O EL PORQUÉ (2ª Parte)

... pues nada, aquel trozito de aparente rica carne, que dejó poco regusto en mi paladar, como queriendo hacer su propia excursión y tomar decisiones propias, se para en medio de la garganta por propia voluntad... No sé qué leches encontró allí, para detenerse en su excursión.

Y allá que el propietario de tan extraño inquilino, como sucede en la vida real, empieza a querer expulsarlo, bien por el balcón o bien por la gatera, pero !leches que se mueva de una vez¡

Nada que no había manera, y mientras tanto mi hermana miraba mis gestos con cara atónita y de interrogación, a la vez como no creyendo lo que estaba viendo me decía :"que estamos dando el espectáculo".

Esto lo decía, porque en mi afán de ayudar a aquel maldito trozo a bajar, no hacía más que dar unos sorbos a aquella sidriña, que tan rica me había parecido hacía unos minutos. Pero nada, todo el líquido venía revertido desde el gaznate hasta las fosas nasales, cuales chorros de los peces que adornan la fuente de la Plaza del Arenal.

Justo al lado, como dije en la primera parte, habían unas chicas, que presta acudieron a ayudar a mi hermana, que ya estaba dándome porrazos en la espalda, queriendo ayudar a mis maniobras de expulsión de aquel "joputa e indeseable inquilino".

Ellas se arrebujaron alrededor mía, mientras sentía como por detrás unos brazos me agarraban con fuerza y colocaba sus puños a la altura de mi esternón, justo por encima del estómago, empezando a apretar a golpes con fuerza.

Todas querían ayudar, pero un solo cuerpo daba para bien poco entre tantas mujeres, principalmente, aunque algún hombre, compañero de ellas también se acercó a echar una mano. Era uno de ellos quien apretaba mi cuerpo, casi estrujándolo.

Una le decía cómo había que hacer la "maniobra de Heimlich", mientras otra intentaba por todos los medios introducir sus dedos para alcanzar al "desgraciado trozo de carne".

Tanto era el esfuerzo del que a mis espaldas tenía, que tuvo que ser relevado por otra persona, que me incorporó a las órdenes de otra de aquellas chicas.

Ya no podía más con el dolor que sentía en mi pecho, y allá como pude, advertí de la posibilidad de rotura de una costilla, a lo que una voz femenina, me dijo "mejor una costilla rota, que te quedes sin aire". Mientras decía esto, las restantes chicas no paraban de gritarme "tose, tose" y de allí solo salía saliba espesa. Otras preguntaban ¿puedes respirar". Yo a todas quería dar contestación con mi voz entrecortada, pues casi no podía mediar palabra.

Viendo que la situación iba a más y que como me dijo una de ellas "me estaba poniendo cianótico", vamos morado, decidieron llamar al Samur de Oviedo... no sé que tiempo transcurrió, me pareció un solo segundo, cuando nuevas voces me hablaban y me dirigían hacia una ambulancia, que subí por mis pies, tumbándome en la camilla y viendo como preparaban mis brazos para preparar una vías, mientras otra chica, al parecer la doctora al mando, preparaba una mascarilla.

Estos me interrogaban sobre alergias, operaciones, etc. contestándole como podía. El cansancio se había apoderado de mi cuerpo y fue entonces cuando me acordé de mi hermana. Me preocupaba. No quería se quedara sola, la quería conmigo, quería saber como estaba. Y en ese momento, veo llegar la mascarilla y............ pareció que ya todo había acabado.

Se hizo el silencio y la oscuridad .................................

No sé que pasaría, no sé que sucedió, solo sé y recuerdo despertarme en una sala amplia, solo y al fondo unas chicas de verde deambulaban por la zona.

Sentí tubos en mi boca, en mi escroto, todo me era extraño, pareciera como si me hubiera despertado de un relajante sueño, no me venía en aquel instante, ningún recuerdo de lo que había sucedido. En aquel momento una amable enfermera se me acercó y con una agradable sonrisa, como quitando yerro a lo sucedido, me consultó sobre como me encontraba y si podía respirar bien.

Solo hizo falta decir que sí, para tras pedirme abriera la boca, en un profesional tirón, sacar aquellos incómodos tubos del interior de mi cuerpo. Pero... aún seguía aquel que sentía hundirse en mi escroto y que más que ayudarme a evacuar los líquidos, me obstruyera esa posibilidad, pues era tal la sensación de querer vaciar la vegija, que ante la extrañeza de aquel tubo, me daba la sensación de poder manchar la cama, por lo que procuraba retenerme. !Que sensación más angustiosa¡

Fue entonces cuando, tras la pregunta de rigor ¿quieres orinar en la botella? y mi positiva contestación, de un tirón y sin mediar más palabras extrajo aquel tubillo, que a mí me parecía fuera uno de uralita. !!!! Qué dolor¡¡¡¡, pero que alivio. Ufffffffff, al fin, pude eliminar plácidamente. En la distancia veía marcharse otras enfermeras con la bolsa que colgaba de mi cama, repleta de líquido... Cara de extrañeza, por mi parte. ¿Tanto he eliminado?, "si no bebí para tanto".

A las pocas horas, llegó mi hermana. !Qué tranquilidad verla¡. Fue entonces cuando comenzaron los relatos más interesantes de toda esta historia.

No importaba ya nada, empezaban los interrogantes en mí al ir oyendo las explicaciones de mi hermana y los posteriores de aquellas tantas buenas personas, que se habían y seguirían preocupándose me mí hermana y de mi en los días sucesivos que estuvimos en Oviedo.


Empezaba a crecer algo especial por aquellas personas, aún desconocidas para mí.

Pero eso será la tercera parte de esta historia.