autor: rubénalonso para flickr yahoo
¿Cuantas veces en este camino tantas veces recorrido, le he pedido a Nuestro Señor, volver o no dejar de ser aquel chaval de 16 o 18 años?
Esa es mi lucha interna, pues en la vida te encuentras con todo tipo de personas, aquellas que te entienden, aquellas que ven en ti a un niño y en otras ocasiones a un gran desconocido. Son aquellos momentos en que personalidad, es decir corazón y alma, se confunden con el carácter, es decir con el "yo" humano y/o animal.
Controlar esos sentimientos y sensaciones no es cosa fácil, luchando cada día porque lo primero no se vea superado por lo segundo.
Aquellos años en los que puse a Cristo por delante mía, aquellos años en los que decidí que Él fuera mi guía y compañero de camino, fueron de mis muchos años, los mejores; lo sentía tan cerca, tan vivo, tan presente, que ahora que se han multiplicado aquellos años, he visto como, mis obligados encuentros con la variopinta sociedad, han ido amoldando, no ya tanto mi personalidad, pero sí mi carácter, de ahí que para algunos sea un desconocido y que otros vean en mí aquel adolescente que conocieron en tiempos.
Pero esto es lo que tiene la madurez bien entendida, aquella que solo aquellos que se preocupan por "crecer" cada día como persona, son capaces de entender y reconocer. Es decir es buscar día a día el cómo crecer en persona interna, aquella de la que tantos se olvidan, o incluso desconocen, porque no quieren esa batalla, prefieren dejar que el carácter forme su personalidad, algo que para mí es secundario.
Es decir, hay quienes juegan a sentirse maduros con una serie de estereotipos con los cuales intentan más, ocultar sus defectos que demostrar lo que realmente son. Yo prefiero ir a pecho descubierto. Sentir el frío y el calor, el daño y el cariño en mi propia piel, sufrir como adolescente, más que cubrirme de una armadura de falsa madurez.
No repetiré las palabras de Jesús, pues parecería demasiados trilladas, aunque... ¿cuándo sobran las palabras, las enseñanzas de Jesús?
Estamos en fechas carnavalescas, y yo continúo en mi propio camino interior. Pensando en ello, quizás por mis anteriores palabras, y quizás ahora entienda el porqué me gusta tan poco el carnaval, las máscaras, los disfraces, aquellas y aquellos que tantas personas usan a diario, como si para ellos fuera carnaval todo el año, viviendo en una vida de antifaces si boquetes, que les ayuden a no ver la realidad que les rodea, para seguir viviendo en su festivo mundo. Yo, por mi parte, seguiré peleándome conmigo mismo, con mi camino, con mi día a día y con aquellas cosas de la vida que realmente tienen importancia.Seguiré cada día rogándole a mi Buen Amigo por seguir siendo un adolescente en cuerpo de maduro y porque mi carácter no gane a mis sentimientos, para con ello ayudarme a extraer de mí lo que aún me queda por descubrir, para lo que espero, llegado el momento, seguir contando con todos quienes estáis ahí afuera, porque sin vosotros, no sería posible una de las premisas de mi vida: Conocerme a mí mismo e intentar conocer a los demás. En definitiva cumplir aquella promesa que hice en mi pubertad: Dar cuanto reciba, pues lo recibido fue gratuito y entregado por Dios con la obligación de seguir regalándolo, como Él me lo regala.