No paro de dar vueltas a los días vividos en Madrid y sin embargo no sé con qué quedarme. Fueron tantos momentos en tan corto espacio de tiempo, que faltaban gigas y rams para asumir y memorizar todo lo acontecido.
La mirada no sabías donde posarlas, claro está después de la primera, siempre dedicada a mi Jesús, pero luego, ¿a quien preguntar?, ¿con quien dialogar?, voces y más voces, caras y más caras.
Deberíamos haber tenido una cámara con película infinita que recopilara toda la información que por segundos se agolpaba a cada mirada, a cada movimiento de cabeza, a cada paso que se daba.
En ocasiones, no queriendo romper el momento, como si uno se sintiera extraño, en ciudad extraña, sí, pero también extraño entre los tuyos, claro está entre otras cosas, porque uno iba en familia y no era cuestión de tenerla a toda de un lado para otro.
Nunca antes una iglesia se me hizo tan grande, unas pocas calles, tantos kilómetros, un corto recorrido parecía una marathón.
Pies reventados, y al final como si te hubieras dejado algo por ver, por oír, por percatar.
Si cada uno de cuantos tuvimos la inmensa suerte de estar esas pocas horas allí relatáramos experiencias por experiencias, miradas por miradas, !Qué bello libro se escribiría¡.
Como dije anteriormente, no sé si, al menos yo, me daré cuenta de la importancia del evento y de la suma importancia que la participación de mi hermandad en el Via Crucis, haya podido tener para cada uno de nosotros y para aquellos que por sus circunstancias no pudieron vivirlo en primera persona.
Hasta aquella chicotá bajo sus plantas me pareció corta ¿lo fue en realidad? o es que a mí me lo pareció, del gozo de volver a sentir la molía sobre mi cuerpo, en especial la de ese hermano (Magdalena le dicen, de güena gente que es), que me la cedió sin mediar más palabras y volver a oler el sudor, empapado de esfuerzo y fe de los restantes hermanos que en ese momento vivían su penúltima chicotá por las calles madrileñas.
Corta fue, la espalda dijo, que ya estaba bien, pero el momento, ese momento, fue mi momento con él.
Aquellos que hemos tenido la suerte de saber lo que es estar debajo de un paso, sabemos del valor que para aquellos que hemos tenido que dejarlo, es el simple segundo de acollerarte, de volver a sentir el peso, de intentar de restarle un poquito de ese peso de la cruz o del dolor que Jesús o su Madre cargan.
Quizás ese fuera el momento, y a Dios Gracias, otros muchos vividos con mi familia, porque, al margen de otras cuestiones, había que estar, pues si hoy aún intento ordenar los archivos memóricos, de no haber estado, entonces sí que se me habrían fundido los plomos.
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