El Cristiano, es decir, el seguidor de las enseñanzas de Jesús de Nazaret, aquel hombre que como tal disfrutó y penó, es decir vivió como tal, nos lleva al final para el cual vino. Me refiero a dejar un mensaje de esperanza, de fe en él y su Santo Padre, mediante su resurrección.
Pero antes de llegar a aquel momento, por el que y para el que vivimos, es decir la resurrección, nos dejó su huella en innumerables milagros, huella de creencia de fe en lo imposible, en lo desconocido.
Nos dice la salve que vivimos en un valle de lágrimas, pero no por ello, hemos de derramar más de las necesarias.
La vida, como dice la canción, da sorpresas, nadie conoce el destino de nadie, solo Dios pone y quita, la vida y la muerte es solo potestad del Altísimo, es por ello, que no debemos creer en que todo, en momentos concretos, nos lleva a un desenlace, valga la redundancia, concreto.
¿Qué sabemos nosotros de la vida? Y mucho menos de la muerte. Ninguno ha vuelto para contarnos y en ningún lugar está escrito a la vista de nadie, los designios divinos individuales de cada ser humano.
Por ello, cuando la vida pareciera que se agota, es el momento para inflar de vida el aire, de mil maneras distintas, pues a veces tendemos a ser como aquellos romanos, que pareciera que con dejar caer en nuestro frasco gotas de lágrimas, ya sentimos más lo que creemos aventurar, cuando nadie sabe el destino de nada ni de nadie.
Siempre he tenido una concepción de la muerte un tanto especial y quizás por ello, sea menos comprendido.
Las costumbres a algunas personas le pueden, sin advertir que quien nos prestó la carne, la reclame llegado el momento. Es decir, llegó el momento más ansiado por el cristiano, en su imitación de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Pero mientras llega ese momento, no adelantemos acontecimientos, ni digamos “que nos estamos preparando para lo peor”, pues como ya dije en el comienzo, milagros hizo, siguió haciendo por medio de sus santos y seguirán sucediéndose.
Pues todo en esta vida, tiene una razón de ser y un porqué y no somos nadie para intentar, tan siquiera, aventurar o imaginar lo que a uno, o a otros, le depara el destino, ese destino que tiene nombre: DIOS.
El cristiano, entiendo, vive de su fe y si en algún momento materialmente hablando, flaqueamos en ella, es el momento para recapacitar y volver a replantearse la vida, tal como nos enseñó quien es nuestro guía en un camino, al que por más que queramos, no ha habido quien haya sido capaz de visualizar su fin.
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