Tras tantos días, sin comentar, más debido a la tecnología que a las ganas de hacerlo y, continuando con este camino cargado de alegrías y sinsabores, he tenido tiempo de reflexionar sobre algo que mis ancestros me educaron en valorar y que mis años de vida me han ido demostrando la verdad de aquellas enseñanzas.
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Sí, tal como dice el título de esta entrada en mi blog: LA SANGRE
Ese oro líquido y rojizo que nos da la vida y que cuando se pierde, en según ocasiones, volvemos a recuperar. De igual manera, me refiero a esa sangre que compartimos los seres humanos y que nos hace hermanos desde el principio de nuestra existencia.
Ayer viendo un documental sobre los enigmas de la biblia, me reafirmé en una opinión que por los momentos sucedidos en mi vida en los últimos años, me hace pensar más en que compartimos más sangre de Caín que de Adán y Eva. Ambos cometieron sus pecados, aquellos primeros que hoy tras miles de años seguimos cometiendo, más el del caso de Caín, aquel al que no le importó matar a su hermano, a su sangre, obviando incluso las palabras del propio Dios.
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Pues hoy seguimos en las mismas, habiendo quienes continúan desoyendo las palabras de Dios, aunque se harten de usarlas cuando en propio beneficio se trata, eso sí con la hipocresía que el hecho conlleva. Quizás de ahí el encontrarnos todos marcados por la "marca de Caín".
Pero me quiero referir en especial a esa sangre cercana, más familiar que nos hace el compartirla. Esa sangre que ancestralmente tribus, etnias, etc., han cuidado como si de un tesoro herencial se tratara y que nuestra raza, nuestro progreso y nuestros pecados, nos han hecho olvidar, a cambio de banales premios, medallas y tesorillos, que por un instante de nuestra vida, le alegran a algunos el cuerpo, como si ello perdurara durante todos los días de su vida.
Olvidan éstos que en la vida nada es perdurable.
Bueno, nada no, si hay una cosa que es perdurable: LA SANGRE
Así que yo al menos seguiré dándole el valor que LA SANGRE tiene en todos sus conceptos y allá aquellos que quieran olvidar los auténticos valores en pos de triunfos y parabienes perecederos.
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