No sé por qué, pero
siempre he sido propicio al estudio del porqué suceden las cosas y en especial
en los hechos casuísticos de aquellas, así como la influencia del ser humano en
las mismas.
Se suele decir que
hay fechas que nunca se te olvidan y por regla general esas, son fechas para
bien o para mal en las que el ser humano consciente o inconscientemente es
factor principal en esa casuística numérica.
Dicen que no hay
que mirar para atrás, más, si no miráramos para detrás, no encontraríamos, para
bien o para mal, el por qué suceden las cosas en el presente o sucederán en el
futuro y la influencia de la casuística en estos hechos, es la labor humana las
que la ha propiciado o es una suma de ambos aspectos.
Todo esto viene a
correlación, más a esta última cuestión planteada en el párrafo anterior, que a
la pura y radical casuística, sobre todo cuando lo sucedido te hace analizar,
además del por qué, la casuística surgida.
Lo cierto y lo fijo
en todo ello, es que bien sea para fastidiar a la persona o para ayudarla, el
ser humano, cuando es parte implícita en el hecho en cuestión, es el que menos
analiza lo que su acción o acciones han ocasionado.
Hay cosas, que son
más cuantificables que otras, lo sucedido en los cumpleaños, lo sucedido en un
bautizo o nacimiento, o como es el caso lo sucedido en el lugar en el que, se
supone, compartes amores, sentimientos, amistades y cariños, por las personas y
lo que les une, en este caso las santísimas imágenes que dan título a la
corporación denominada “hermandad”.
Me explicaré.
Fuera de toda base
de datos, fuera de toda probabilidad de mostrar que es así o no, lo cierto y lo
fijo, es que llevo 40 años uniendo mi ser a esa Madre, a esa talla que me la
representa, que me tiene el sentido absorbido y que, allá por 1972, conocí gracias
a una hermana, que desde entonces era como una segunda madre, más por lo que
coincidíamos que por lo que nos diferenciaba.
Pues bien este año
en que gracias a Dios veré, así Él lo quiera, iluminarse la cara de mi Madre,
al salir el Lunes Santo de esta Semana Santa por las puertas de la casa que le
da cobijo, este Lunes precisamente, la veré por segunda vez, sin mi correspondiente
papeleta de sitio, en la relación escrita, de hijos que la acompañarán.
Y aquí entra la
casuística, donde el hombre, el que se supone tu “hermano de amor” ha tenido
mucho que ver, con la inconsciencia, que no la falta de responsabilidad, para
que la misma se produzca.
Allá con 12 años
cuando vi la carita aceitunada por los humos de los cirios que la iluminan, ese
año decidí unir mi vida a ella, como si estuviera, quizás, predestinado a ello
desde mi nacimiento.
Allá con 13 años
vestí la túnica que me identificaba como “hermano corporativo” pero que me
unía, ya para siempre a ella. Aquella túnica “mi túnica” blanca con cinturón de
esparto fue el preludio de la molía con 17 años y bajo la nueva talla de Jesús
de las Misericordias.
Ya con 18 recién
cumplidos, vi mi sueño hecho realidad, portar a mi Madre sobre mis hombros y
así fue hasta que, tras 27 años bajo ella, disfrutando junto a mi hermanos, en
esa especial hermandad que se vive bajo las trabajaderas, mi cuerpo dijo basta
y con un inmenso dolor en mi pecho, hube de dejar ese bello mundo de la
costalería.
Pero ahí estaba mi capataz,
José Luis, para aliviarme esa pena, cuando al pedirle, poder seguir cerca de
mis hermanos costaleros, me dio un sitio como Fiscal de Banda, lo que me
permitía, seguir oyendo, sintiendo, oliendo, ese aliento costalero, junto a
ella.
Este año no iré de
nazareno, no iré de costalero, no iré en puesto alguno en la corporación. En el
primero porque no deseo, porque siempre desde los 17 años me sentí costalero,
esa era mi misión, esa era mi penitencia, esa era mi cruz y esa era la manera
de demostrarle a Ella desde los 18 años cuánto la quería y cuánto le agradecía
su intersección de madre ante Su Hijo.
En 1988, tras
aquellas cosas de la vida a la que no le encuentras explicación y, donde el ser
humano en su aspecto menos interior, decidió que no acompañara a mi Madre en
ningún lugar dentro de la corporación, aquel fatídico año en que no pude ayudar
a mis hermanos a soportar aquel peso cuando aquel maldito varal quiso agarrarse
al dintel de la puerta, como sufría aguantando aquella pata viendo a mi Madre
en aquella situación y mis hermanos doliéndose del esfuerzo.
Y ahora, sin saber
por qué y justo 25 años después de aquel castigo, siento el dolor en mi pecho,
al no contar con la confianza del nuevo capataz, ese hermano con el que
compartí tanto bajo las trabajaderas.
Este año me toca,
acompañarla de nuevo, como si un castigo fuera, no valen sentimientos, ni
emociones, no importan penas ni recuerdos, el hombre ha hecho de la casuística
una daga que se hunde en mi pecho, al no poder estar al lado de mi gente,
porque lo entienda quien quiera entenderlo, en especial aquellos que piensen
que por qué no visto la túnica, porque yo me siento hermano costalero, porque
así he crecido, así me he hecho “hermano” así lo he sentido.
Así que este año
junto a mi esposa, veré el trabajo de mis “hermanos costaleros”, solo los sentiré
tras cada relevo, y en especial cuando esos “hermanos especiales” que hice bajo
las trabajaderas, me den ese beso sincero que me recorrerá el alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario