Llevo varios días
en que no paran de pasar por mi mente, por mi corazón, por mi alma, tantas
frases, tantas palabras, sin encontrar el momento de sentarme delante del
ordenador, ponerlas en orden y así expresar con ellas aquello que pienso, que
siento.
Y no porque me
falten letras, no porque me falten palabras, no, sino por no saber por dónde
empezar, dónde poner el principio y el final, si lo que pienso lo que siento
puede tener un orden tan común, pues las interrogantes que dentro de mí se
amarran como si de una gruesa cadena se tratara, me ahoga el pecho, hasta
hacerme ese daño, que solo las lágrimas pudieran aliviar.
Pero no debo, no
puedo llorar, he de tragar saliva cada vez que se asoman los brillos
predecesores de esa lágrima que puja contra mí por asomar.
Dicen que el llorar
libera, más en mi caso no puedo, porque sé, que quizás, cause daño más allá de
mi persona, a otra persona a la que tanto ahora mismo necesito, como ella
necesita de mí. Así que toca, como siempre me ha sucedido en mi vida, guardar
mis sentimientos, los que mi corazón y mi alma sienten, más allá de mi propia
acción física en la que manda el cerebro.
La rabia, la duda,
la incapacidad, sentimientos tan variopintos que se adueñan de mi ser,
queriendo gritar, decir, contar, sin saber si poder o si deber, pues se dice
que las cosas en frío se ven mejor, más siempre me consideré persona caliente e
impaciente y solo tengo unas ganas locas de gritar tantas cosas a los cuatro
vientos y, sin embargo, me las he de callar.
Mi libertad de
expresión, eso que tanto uso se hace en estos días, se ve maniatada, porque mi
yo no es mío, porque yo no puedo ser yo, porque mi silencio tendrá más valor,
aunque eso vaya contra mis principios, que el decir lo que con tantas ansias quisiera
decir.
Mi vida, la de mi
familia, nunca jamás fue fácil, aunque quizás haya algún lelo o lela, que así
lo piense, por ello y, siendo creedor de que la familia es el bien más
preciado, perder de este ajedrez una pieza, hace que el juego ya no sea el
mismo.
He de pensar, como siempre
lo he hecho, en mi familia, apartar mis deseos por el bien de la familia y por
ello he de destrozarme mi yo más interno y el externo, pues es mayor el
beneficio que en este sacrificio se puede obtener, que mi propio desahogo.
Conciencia, inconsciencia, sangre, espíritu, todo en mí está en lucha contra mí mismo. Y todo por querer saber, por encontrar razones, motivos, porqués, de llegar a
esta situación.
Se suele decir que
cuando una persona se marcha de tu lado, para jamás regresar. Cuando una persona
se va para siempre a ese paraíso celestial prometido, es difícil de olvidar, es
difícil de superar y debe de ser así, según la idea que, de la muerte, tenga
cada persona.
Pero en este caso,
es perder a alguien sin perderle, que dirían algunos.
Perder una persona
deseada desde la infancia, esa persona que, aun sabiéndola preparada y madura,
no deja de ser aquella chiquita frágil que tuviste en tus brazos, esa chiquita
que has visto crecer y a la que has ayudado en el fraguado de sus 27 años.
Ahora por aquello
de la crisis, de la mala gestión política, de los aprovechados empresarios o a
saber por qué, nuestros hijos e hijas, nuestro futuro, esos que durante años se
han dejado sus años en estudios y preparación, han de marcharse, como así ha
debido de hacerlo mi hija junto a su novio, a otro país, a ayudarlo a mantener
su estatus económico, a buscarse la vida y quizás en ella su futuro, fuera de
sus fronteras nacionales.
Lugares y gentes de
diferente forma de ser, de pensar, con costumbres diferentes, dejando atrás su
tierra, sus costumbres, sus tradiciones y, lo más importante, su familia.
Pero estas cosas a
aquellos de quienes depende que nuestros hijos e hijas puedan seguir al menos
en su país de origen, a corta distancia de su familia, a corta distancia de la
vida conocida, les importan un bledo, pues ellos, esos con poderes para hacer,
deshacer y cambiar las cosas, siempre tendrán esos amigos, ese círculo de los
que son como ellos, para que sus hijos tengan el futuro garantizado, ya,
incluso antes de nacer.
Hoy, a pocas horas
de que mi hija, a 3000 Km. de distancia celebre su 27 cumpleaños, la primera
vez que lo hará sin el calor de su familia, no puedo dejar de mal acordarme de
aquellos que han propiciado que mi hija, mi yerno y tantos otros jóvenes, hayan
tenido que hacer las maletas, como si de los años 60 se tratara, para hacer más
rico a los ricos, tirando en muchos casos por la borda, tantos años de esfuerzo
académico en pos de ese ansiado derecho al trabajo, con el que ganarse su
futuro y con éste, el de su futura familia y por ende el de su tierra, España.
Allá donde estás
quiero, cariño nuestro, que sepas que aquí, siempre tendrás una familia, TU
FAMILIA, que te quiere y te añora. Así como a tu novio, ese joven que sin
dudarlo por un momento, tuvo claro que allá donde estuvieras debía estar a tu
lado.
Por cierto, un
aviso a todas las familias que tienen sus esperanzas puestas en esa cantidad de
becas de formación en el extranjero que están proliferando: Hay más mentira que
verdad en lo que le cuentan a vuestros hijos, pues como dice el refrán “No es
oro todo lo que reluce”. Y sé de lo que hablo por propia experiencia de mi
hija, mi yerno y aquellos que como ellos, creyeron en esas becas. Ya hay
quienes han vuelto y quienes están preparando las maletas para volver, al
descubrir esta realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario